«Me gustaría empuñar una guitarra en vez de un arma»

Telma, el cine y el soldado
La carta que dio origen al documental y cambió sus vidas

Estoy en Villa Domínico, partido de Avellaneda, provincia de Buenos Aires. Es viernes por la mañana y está fresco. Es 19 de mayo.

Llegué a la entrevista 10 minutos antes del horario pautado. Falló la memoria al momento de recordar la altura del domicilio. Ante la duda, llamé a Telma D´Andrea, con quien voy a hablar. Ella es una de las protagonistas del documental Telma, el cine y el Soldado, nominado a los Premios Cóndor 2023, gala a celebrarse el 22 de mayo, a tres días de este encuentro. La señora atendió el llamado y confirma el error que suponía. El número estaba al revés.

Estoy en la vereda de frente. Desde este lugar, recuerdo uno de los planos de la película. Cruzo y toco el timbre. Suena fuerte. Oigo al instante un perro ladrar. Desde el interior de la vivienda se escucha una voz, alguien menciona lo siguiente: el chico afuera; creo reconocer ese tono. La mascota se acerca, se detiene ante la reja y observa. Segundos después apareció una mujer de pelo blanco. Es otra de las protagonistas del audiovisual mencionado en el párrafo anterior, y estrenado en el BAFICI 2022. Abre la puerta, su apodo es Chiqui, pero su nombre de pila es Alicia. Entro al hogar.

Entro a una casa, sí, eso es correcto. Aunque también estoy entrando a lo que fue un “set de filmación”. Aquí mismo, tiempo atrás se filmaron escenas de la comedia documental Telma, el cine y el soldado, dirigida por Brenda Taubin, con quién hablé días pasados, acerca del origen de este proyecto y cuyo génesis podemos encontrar en un cine club, cuando una participante (Telma) llevó una carta, poco más de cuatro años atrás. Un poco sobre eso vengo a hablar.

Caminé hacia Telma, sentada al lado de una mesa, en el centro del comedor. Aquí, entre estas paredes, hay aroma a hogar, se respira a familia unida; una idea constante mientras se dialoga con las mujeres.

A Telma le cuesta caminar por una discapacidad. Tuvo problemas con su columna. Entiende que eso fue producto de la fuerza que hacía cuando tenía su almacén. Allí levantaba cajones o movía cosas, funciones que anteriormente ocupaba su marido. Es viuda, tiene 79 años y tuvo un negocio durante 32 años, o como dice ella, de antes de que aparezcan los supermercados. Y ahora ahí está sentada en el mismo lugar donde la vemos en la cinta. ¿Es una actriz? No, pero ella es cinematográfica. Estas mujeres, quienes a la brevedad convidan café y torta de coco, elaborada para la ocasión, son personas/personajes, como define Taubin. Siento que estoy mirando desde donde estaba ubicada la cámara. Y en esa escucha, en esa observación, voy encontrando detalles.

Telma habla rápido: hay recuerdos, ideas, chistes, ironía. Pregunta si me gusta la torta de coco. Sí, es exquisita. El humor de la comedia documental merodea en este momento. O mejor dicho, ese clima está presente. Es como una continuación. Es lo que fluye en la película.

Ahora el perro, que se llama Pedro, está a su lado y la mira. También hay una gata blanca, tipo angora, dicharachera; no recuerdo su nombre.

Mientras escucho a Telma, en silencio la Chiqui me alcanza algo negro, atravesando casi como fuera de foco ante la mirada de su cuñada y quien escribe. Identifico un estuche de DVD, de plástico, de color negro. Ella lo abre. Dentro hay un tesoro, según define ella. Está guardado y es una reliquia, también según sus palabras. Es, ni más ni menos, que la carta escrita años atrás, por un soldado en algún lugar de las Islas Malvinas, en 1982, un 20 de mayo.

Hoy es 19 de mayo. Casi 41 años después leo una epístola escrita en medio de una guerra. En mi caso sucede por primera vez. Hago silencio. La carta está en mi mano izquierda. La corro por miedo a mancharla. Un pocillo con cafés está a mi derecha. El papel de la carta exhibe la estética del paso del tiempo, un gastado nostálgico. Leída varias veces, seguramente. Leitmotiv para un film casi cuatro décadas después.

La conversación avanza. Me entero de un festejo en puerta, para el que han preparado 4 matambres y 137 pizzetas. La torta será decorada por la tarde. También cocinaron la torta de coco. Probablemente sea una de las recetas guardadas en uno de los dos cuadernos que Telma tiene. Hay un chiste sobre quién lo va a heredar.

Continuando con la charla, que va y viene cronológicamente, la Chiqui comenta la cantidad de veces que vio la película: 27. Ellas son cuñadas. El hermano de Telma se casó con Chiqui, era vidriero, el que soplaba y hacía botellas dice Telma. A el esposo de esta última le gustaba el boxeo. Hay también, como un tesoro, la imagen del hombre junto a uno de los boxeadores más reconocidos del boxeo argentino: Gatica.

Los maridos se trataban de usted comentan. Conviven en familia desde hace tiempo, sin roces, una arriba, la otra abajo. Cada una con su casa. Una abajo, la otra arriba. Telma habla y la Chiqui acota comentarios. Telma aclara que, si viene la hija le va a parar el carro, por lo mucho que habla. Se ríe, o, mejor dicho, nos reímos juntos. Es el humor de la película.

Pregunta si aburre, si me gusta la torta. Ella desarrolla sus historias: cuando se subió a la copa de un árbol paraíso. Una vez vino a verla el novio y ella estaba arriba del árbol, comiendo un sandwich de milanesa, recuerda la Chiqui. A Telma le gusta la naturaleza. Además tenía sueños: vestirse de bailarina clásica o que un Mercedes Benz pare en la puerta de su casa y la invite a pasear por todo Domínico (y un día sucedió al llegar un muchacho que se llama Julio César), cuando iban a la costa de vacaciones y su infancia. Y tiene más sueños…

Da la sensación de que La Chiqui acota, observa y hace el comentario final al cierre de las ideas de su cuñada. Uno de tantos es el siguiente: cuando Telma dice que llevan viviendo desde hace 50 años, la Chiqui aclara que cumplieron 51 en febrero pasado. Parecen hermanas, más que cuñadas. Sus hijos, más que primos, son como hermanos, según ellas. Son las bodas de oro en la convivencia. Una vida de película.

Volvemos a la infancia. El padre de Telma falleció cuando ella tenía cuatro años. Él era guardabarreras. Su madre, para poder mantener a sus hijos, ocupó el lugar de su marido. Fue la primera mujer guardabarrera nombrada por Eva Perón. La historia se cruza en la entrevista.

En este relato también hay lugar para el amor: Telma se enamoró a los 15 años de su marido cuando él tenía 25. Y cuando ella cumplió los 21 se casaron. Pero para eso su mamá tuvo que firmar la autorización. Al principio la señora guardabarreras no quería al muchacho. Sin embargo, se mejoró con los años. Después lo quiso mucho.

Palabras van, palabras vienen, hablamos de las pasiones. Telma es fanática de Mafalda, desde hace mucho, aclara la Chiqui. Dice que llegó a comprar la colección completa dos veces. Otra de las pasiones en esta casa es el fanatismo por Gimnasia y Esgrima de La Plata, el equipo de fútbol. Hay detalles varios en el comedor, un reloj sin funcionar, colgado en una pared. Hay una copa. Incluso dice Telma que el barbijo que suele usar tiene el escudo del club platense.

Preguntan si quiero otro café. Acepto. Uno se siente cómodo con estas personas/personajes. Vuelven a preguntarme si me gustó la torta de coco. Telma dice que es la misma que aparece en el documental. Sobre la mesa hay un frasco de mermelada, convertido en azucarera, el mismo de la película. Ellas destacan ese dato. Detalles de una puesta en escena.

Aparecen otros recuerdos: como un viaje con destino a San Bernardo. El tema surge porque escuchan mi lugar de nacimiento, Balcarce, provincia de Buenos Aires. Es así: salieron un jueves a las 9 de la mañana y llegaron un sábado a las 11 de la noche. ¿Qué sucedió en el medio? Laguna de Monte, Tandil, asado en Balcarce, Mar del Plata, noche en Villa Gesell y, finalmente, San Bernardo. Un paseo familiar. Cada sitio tiene su cuento. Esa fue la única vez que ambas familias vacacionaron juntas.

Telma vuelve a decir que coma torta. Ya van tres pedazos.

Volvemos a otras pasiones. Les pregunto si tienen una peli favorita. Telma tira títulos como Mujer bonita y La vida es bella. Y después la Chiqui señala “La del perrito”. Alude a Hachiko. Cuando se habla de esa película se hace silencio. Evocan la emoción que les dejó. Mencionan otros títulos, en este caso nacionales: Relatos salvajes y Mi obra maestra.

Esas películas nos llevan otra vez a Telma, el cine y el soldado. Emerge la historia del cine club, donde conocieron a Brenda Taubin, la realizadora de la comedia documental, un género poco desarrollado por estas latitudes. Veían las películas los jueves por la mañana, en una sala de un shopping, previo a su estreno por la noche. Un recuerdo al respecto: una vez fueron a la farmacia y hablaron de la película Rapsodia. El farmacéutico de turno comentó su deseo de verla. Y ellas se la recomendaron porque ya la habían visto. Entonces el farmacéutico preguntó cómo habían visto la película si no se había estrenado. Porque la vimos primero en el cine club contestaron ellas. Luego de la proyección se realizaba un debate. Según tengo entendido, eran las que más participaban en esos encuentros.

Vos decime si te aburro, dice Telma cada tanto.

Vayamos a la historia de la Chiqui. Su mamá la abandonó a ella y a su hermana cuando tenían 4 y 5 años. A ella y a su hermana las crió su padre, Antonio. Él era colchonero, hacía los tapizados para los cines y los teatros, sabía 12 idiomas y era muy inteligente, señala Chiqui. Antes de vivir con su papá, vivió con su mamá y la pareja de ésta. Un día con su hermana tuvieron que salir a buscar algo, pero como llegaron sin el pedido que había hecho la pareja de su madre, como castigo él tiró granos de maíz en el piso, e hizo arrodillar a Chiqui allí. Al levantarse los tenía incrustados en su piel. Un día se escaparon con su hermana y fueron en busca de su padre. Estuvo en un colegio pupila hasta casi los 22 años. Ella menciona que su primer cumpleaños lo festejó recién de casada. Luego se puso a trabajar e hizo su vida. Una vida dura, difícil, como señala en la película, y como menciona en este momento. Son imágenes de una vida que no está en la película, recuerdos que afloran en la charla.

Pedro, el perro, comienza a ladrar. Anuncia la llegada de alguien. Pedro se pone contento por todo, dice Telma.

Llegó Lili, su hija. Suena el timbre, mientras la Chiqui sigue con los detalles de su historia. Ahí está otra de las protagonistas, con un look diferente al del documental. Ahora está rubia, con el pelo más corto. Es la joven de 15 años que en 1982 le escribió una carta al Tano, el soldado de Malvinas. Le pregunto si la carta es de ella. Responde que sí, pero la guardó milagrosamente su madre. No sabía que la tenía guardada al momento de comenzar con la película.

Más tarde, en un momento dado, desde un lugar que no alcanzo a observar, hace una seña. Parece que la señal indicaba que redondee. Telma sale al cruce. Se dirige hacia mí, recordando un momento pasado de la charla, diciendo viste, ahí está haciendo seña para que resuma. –¿A vos te aburro?. No. Se ríen.

No pensaron nunca en aparecer en una película. Hay emoción en sus palabras cuando intentan responder cómo fue verse por primera vez en una pantalla de cine. La misma pregunta va dirigida a Lili. También, nunca pensó que sucediera, nunca pensó que a partir de una carta pudiera surgir un proyecto como este. Se siente contentísima de participar en la peli. Telma agrega el siguiente comentario: a ella le gustan estas cosas.

Estar en una película luego de escribir una carta, es inimaginable, cuenta Lili. Después de unos segundos plantea que le hubiera gustado salir mejor peinada, es un detalle que se escucha con gracia. Habla sobre cuál puede ser la conciencia de una persona de 15 años en un contexto de guerra. Cuánto se puede entender o cuánto no. Y la sensación de que alguien en ese conflicto bélico te responda. Fue una sorpresa la respuesta del soldado.

La Chiqui no podía creer cuando se vio en la pantalla. Pensaba, entre tantas cosas, qué podrían llegar a pensar sus maridos. ¿Y qué pensarían?, pregunté. Entre risas y sin dudarlo, Chiqui imagina que dirían que estamos locas, que no se nos puede dejar solas en ningún momento. Lo dice con alegría. Ella siempre sigue a Telma ante las cosas u ocurrencias que plantea. Van juntas, como sucedía cuando iban al cine club.

Les gusta estar ocupadas. Tienen tiempo para hacerlo. Menos plata, el tiempo nos sobra, dice Telma. Es la vida que tienen. Incluso, tiempo atrás, participaron de un cortometraje de unos alumnos. Tuvieron que ir hasta la ciudad de La Plata, a las 12 de la noche, porque la locación era una pizzería que, lógico, cerraba de madrugada. Resulta ser que necesitaban extras para esa producción, entonces Telma propuso ir junto a su cuñada, sin pensarlo. Somos caras rotas, dice Chiqui. Esperaron sentadas en un banco hasta que las vinieron a buscar. Alguien llegó en coche y se subieron sin conocer al chofer. Llegaron al lugar. Finalmente las maquillaron de zombies porque ese era el papel. Hicieron lo que tenían que hacer y volvieron a la madrugada desde La Plata hasta Domínico, cuando los niños salían del colectivo. Veníamos todas pintarrajeadas, dice la Chiqui. Se ríen. Es una constante, pese a recuerdos duros del pasado.

Recuerdan el trabajo de la producción del documental como algo muy lindo. A esta altura de la vida… acota una de ellas. Todo lo que allí sucede es lo que se ve. Es la realidad. Lili, en relación al verse en la sala, recalca el hecho de tomar conciencia acerca del público que te está viendo a vos. Hay gente en el mundo que me conoce y yo ni sé que existe, agrega.

Apagué la grabación. Hablamos sobre la nominación del lunes: Mejor Documental y Mejor Ópera Prima. Se habla de los nominados. Lili me saca una foto con las chicas.

Telma y la Chiqui junto al periodista Luis Laffargue.

 

Pasaron los tres días. La película no ganó ninguno de los dos premios. Miro la cuenta de Instagram de Telma, el cine y el soldado, una historia de ese día. Veo una foto del grupo asistiendo a la premiación. En la imagen se puede leer “nos auto percibimos ganadores”.

La Chiqui recordaba que, cuando se estrenó por primera vez en 2022, pedían que lleven a familiares, amigos y vecinos para que la película se mantenga en cartel. Pasó más de un año y la película hoy continúa exhibiéndose en diferentes espacios de cine. Al otro día de los premios Cóndor, el documental le tocaba viajar a Gualeguaychú, provincia de Entre Ríos.

Sobre mi escritorio tengo un regalo. El día que fui a Domínico me obsequiaron un anotador con el nombre del documental. Lo estrené en ese mismo lugar, cuando escribo en sus páginas una frase leída de la carta, escrita por el soldado, por ese hombre buscado por el cine: “Me gustaría empuñar una guitarra en vez de un arma”. Este es el título de esta crónica.

Telma y la Chiqui, además de estar en una película, también deberían ser una canción.

 

Por Luis Laffargue

 

 

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